Poner en palabras una experiencia traumática requiere mucho esfuerzo. Se revive el acontecimiento de los hechos, emociones, pensamientos, todo aquello que se quiere olvidar pero que es necesario trabajarlo para disminuir el malestar. Para quien lo expresa, es un momento de mucha angustia, le está contando la peor experiencia de su vida a un extraño que, aunque le va a brindar ayuda, es un extraño. El tratamiento se vuelve muy intenso. Quiere olvidar y sabe que no se puede. Vergüenza, temor, ansiedades, ira, bronca, y siempre angustia.
Validamos estas emociones, contenemos, apoyamos y si es necesario, abrazamos y lloramos. Y ya somos parte, nos confían ese lugar y compartimos ese dolor. Nos preocupamos por la recuperación, por la calidad de vida, por erradicar esos pensamientos negativos y pensar en el futuro. Pero somos parte, y nos duele. Duele más porque volvernos parte significa esfuerzo, por empatizar, escuchar, sentir y pensar sobre lo que le pasa. No queda ahí. Nos vamos a nuestras casas pensando en todo lo que vivió, y en lo agradecidos que estamos por haber sido esa persona a la que le pudo expresar este malestar, el camino que queda por recorrer y las veces que vamos a volver a escuchar, pensar y sentir esa historia. Lo hacemos como parte de nuestro trabajo, nuestra pasión, nuestra vocación de ayudar al otro a trabajar “eso que le pasa”, somos parte. Prendemos la tv y sigue pasando, hay más victimas, así que habrá un colega que pasará por lo mismo. Y hay más victimarios que continúan su vida sin dolor, sin vergüenza, ni ansiedades, ni ira, ni angustia. Ni tienen la dificultad de tener que sentarse frente a un extraño a contarle la peor experiencia de su vida, porque “pueden”.
Somos parte, nos gusta serlo, aunque duela.
Por Sergio Rafael Lepori – Licenciado en Psicología